Bestia mitológica, representada por diversas culturas de Oriente y Occidente desde tiempos inmemoriales. Posee la esencia de lo animal, se le relaciona con las fuerzas de la naturaleza y del universo, con el sentido del caos y la disolución de las cosas.
Enigmática, fantástica y espiritual, esta bestia- dragón, ha pasado de simbolizar el miedo a lo desconocido, el mal y la destrucción, a ser símbolo protector y benévolo, custodio del tesoro.
Su poder radica en la omnipresencia, al morar en el cielo, el mar y la tierra. Al igual que transita a través de los cinco elementos, se nutre de los cinco sentidos. Evoca al todo: luz y oscuridad, lo velado y lo desvelado, el bien y el mal.
Las azucenas a sus pies, aportan armonía a lo basto y tosco y encarnan atributos que definen épocas y concepciones yuxtapuestas; la pureza y la inocencia, en el caso de la Virgen María , así como la fertilidad y la sexualidad en el de Venus-Afrodita.
Símbolo de la belleza, estos lirios blancos, se hacen presentes emanando su cautivadora fragancia, rindiendo homenaje a la feminidad, expresando su poder de atracción absoluto por ser, siendo la esencia de la amada.
​​​​​​​Encarnando la mutabilidad y la transformación, esta dragona se erige como emblema del cambio sobre un pedestal de azucenas. Haciendo gala de su fertilidad, adopta formas redondeadas y afables, preservando con cautela el tesoro que custodia y que algún día verá la luz.
​​​​​​​Las azucenas, desde tiempos ancestrales, han sido portadoras de múltiples significados en diversas culturas. Desde la antigua Grecia, donde se asociaban con la pureza y la inocencia, hasta el antiguo Egipto, donde simbolizaban la fertilidad y la sexualidad.
En la cosmovisión cristiana, las azucenas adquirieron un nuevo simbolismo, siendo consideradas como representación de la pureza de la Virgen María y la esperanza de la vida eterna. Como recordatorio de la fugacidad de la vida y la inevitabilidad de la muerte, son colocadas sobre tumbas, en un gesto que evoca el memento mori, invitando a la reflexión sobre la mortalidad y la trascendencia.
La azucena, con su ciclo de renacimiento anual, emula la eterna danza de la naturaleza, recordándonos que, incluso en los momentos más oscuros y efímeros, siempre existe la promesa de la luz y la renovación, simbolizando así la resiliencia y la continuidad de la vida.
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